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Las Sombras del Mar Eterno

Me llamo Pyrrhus Iron, aunque en los muelles de Waterdeep me conocían como “el Cuerno Oxidado” por las marcas de salitre que cubrían mis astas retorcidas. Nací bajo un cielo tormentoso, hace cuarenta y dos inviernos, en el vientre de un barco mercante que surcaba las aguas del Mar de Espadas. Mi madre, una tiefling curtida por el viento, juraba que mi llegada trajo un relámpago que partió el mástil en dos; mi padre, un humano de ojos hundidos, solo reía y decía que yo era el diablo que el mar había escupido para recordarnos quién mandaba. Pero yo sabía la verdad: la sangre infernal corría por mis venas como tinta negra, un legado que ardía en sueños de fuego y susurros de los Nueve Infiernos.

Crecí entre cuerdas y velas, aprendiendo a atar nudos antes que a caminar en tierra firme. El Viento Errante fue mi cuna y mi cárcel, un galeón que cargaba especias de Calimshan y sedas de Amn, pero también secretos que ningún capitán honrado admitiría. A los diez años, mi magia se despertó en una noche de tormenta: un marinero ebrio me azotó por robar un mendrugo, y en mi rabia, las sombras del camarote se retorcieron como serpientes, envolviéndolo en una oscuridad que lo dejó balbuceando de terror. “¡El chico es un demonio!”, gritaron, pero mi madre me protegió, enseñándome a canalizar ese fuego interior en lugar de dejar que me consumiera. Fui el grumete que calmaba las olas con un gesto o invocaba vientos con un susurro, pero siempre bajo la mirada desconfiada de la tripulación. El mar me endureció: tormentas que devoraban hombres, piratas con colmillos de acero, y noches en que el océano parecía susurrar mi nombre, prometiendo conocimiento prohibido si juraba lealtad a las profundidades.

A los veinticinco, el destino me golpeó como un tridente de kraken. Habíamos anclado en Luskan, esa cloaca de ladrones, cuando las sombras vinieron por mi familia. No eran las mías, sino algo peor: cultistas de Bane, envidiosos de la magia que brotaba de mi sangre tiefling. Mi padre cayó primero, un cuchillo en la garganta mientras cargaba barriles; mi madre y mi hermana pequeña desaparecieron en la niebla, arrastradas a algún ritual infernal que aún me quema en las pesadillas. Busqué pistas en los muelles, en tabernas hediondas y en los ojos de informantes pagados con oro robado, pero solo encontré ecos: “Siguen el rastro de las sombras eternas, hacia el sur, hacia Baldur’s Gate”. Juré por los Abismos que los encontraría, o al menos el conocimiento para vengarlos. Mi ideal se forjó entonces: el saber no es un tesoro para guardar, sino un arma para blandir contra la oscuridad. Pero mi arrogancia, ay, esa era mi cadena: creía que mi magia bastaba, que el mar me debía respuestas.

Años de singladuras solitarias me llevaron por costas olvidadas, de los puertos de Neverwinter a las bahías embrujadas de los Moonshaes. Fui contrabandista, salvador de naufragios, incluso un oráculo de pacotilla en ferias portuarias, siempre persiguiendo rumores de un culto que traficaba con almas perdidas. Mi cuerpo lleva las cicatrices: una quemadura en el pecho de un Hellish Rebuke que salvó mi pellejo de un licántropo, una cola mutilada por la hélice de un barco fantasma. Pero el coraje del mar me impulsaba, ese temple que hace que un hombre mire al abismo y le escupa.

Ahora, con el sol poniente tiñendo el Chionthar de rojo sangre, he atracado en Baldur’s Gate. La ciudad apesta a intrigas y humo de forjas, un laberinto de piedra donde los nobles ocultan demonios peores que yo. Mis botas resuenan en los adoquines del Bajo, mi mochila cargada con un grimorio improvisado y una espada corta que ha visto más sangre que bendiciones. El hambre me guía a la taberna El Cuerno Roto, un tugurio atestado de mercaderes borrachos, elfos de mirada afilada y enanos con hachas demasiado grandes para sus mesas. Empujo la puerta de roble astillado, el aire cargado de cerveza agria y promesas rotas. Allá, en una mesa apartada, diviso siluetas intrigantes: un elfo encapuchado garabateando mapas, una humana con ojos de halcón y un enano que ríe como si supiera el final de una broma mortal. Mi sangre infernal zumba, un presagio de destinos entrecruzados. Aquí comienza mi verdadera aventura, donde las sombras de mi pasado se encontrarán con las de extraños, y el conocimiento que busco podría forjarse en el yunque de la amistad… o visitar la forja de la traición.