La noche se había tragado casi toda la luz, dejando en la recámara apenas un débil resplandor que luchaba por abrirse paso entre los pliegues de la cortina de encaje blanco. Los colores y formas familiares de los juguetes en la repisa parecían diluirse en la oscuridad, como si una niebla espesa devorara los contornos de la realidad.
Bajo la sábana, arropada hasta la coronilla, la niña no dormía. Apenas respiraba, el aire colándose por la mínima abertura cerca de sus ojos asustados, mientras el frío sudor le pegaba el cabello a la frente. Su pequeño cuerpo temblaba, prisionero de un pánico primitivo que latía más allá de cualquier lógica. Afuera reinaba un silencio absoluto, pero en el interior de aquellas cuatro paredes todo era hostil, irreconocible.
En la penumbra, sobre la repisa, las figuras de los Smurfs aguardaban: Pitufina, rígida y sin sonrisa; Gárgamel y Azrael, eternos enemigos, ahora unidos bajo el amparo de la sombra. Pero era Papá Pitufo quien dominaba el lugar desde su trono de pelusa azul. El reloj de manecillas Casio, cruel e inmóvil, parecía haberse rendido a la noche, dejando de medir el tiempo.
Entonces, ella lo sintió. Un cambio, una presencia. Sorprendida, levantó apenas la vista: dos puntos ígneos cortaban la oscuridad donde antes sólo había tela y costuras. Los ojos de Papá Pitufo, ahora encendidos en una mirada ajena, no parpadeaban jamás. Brillaban con un fulgor espectral, antinatural, inhumano. Bajo ese resplandor, los muñecos ya no eran juguetes: eran centinelas que observaban, que aguardaban.
La niña se encogió aún más bajo la sábana, buscando un refugio donde ya no lo había. El mundo conocido había desaparecido, reemplazado por un reino donde el miedo tenía dientes y ojos azules de felpa. El tic-tac del reloj se estiraba hasta convertirse en un eco interminable y, en ese abismo sin salida, sólo quedaba aferrarse al tenue hilo de esperanza de que, por la mañana, todo regresara. Que Papá Pitufo cerrara los ojos. Pero aquella noche, la niña no estaba sola: la oscuridad tenía rostro propio.